domingo, 29 de septiembre de 2013

Tirar del hilo



Todavía no estoy preparado. No. Tengo miedo. Sí, ya sé que es estúpido, pueril, por más que lo pienso, no logro decidirme. Me asaltan las dudas, la incertidumbre, el pánico se apodera de mí, un sudor frío nace de cada uno de los diminutos orificios y rebosa por las palmas de las manos cubriéndolas de una invisible pátina transparente. Cuando me decida, todo habrá terminado, ésta angustia que regurgita por las mañanas en mi garganta, desaparecerá. Todo volverá a ser como antes. Es insignificante, lo sé, pero no lo soporto, se me clava en el centro de la frente, y me impide concentrarme. No puedo apartar los ojos de ese maldito cabo que asoma por mi abdomen. ¿Y si hubiera algo al otro lado, en el interior? No sé, una aguja olvidada, unas tijeras… Bueno, bueno, creo que estás llevando la imaginación demasiado lejos. ¿O lo peor, y si no hubiera nada, absolutamente nada? Más vale comprobarlo, voy a estirar ya…  Vamos, adelante, tira del hilo… Por fin…, qué alivio, me siento mucho mejor, ahora sí estoy bien… parece mentira, un simple punto que no terminaba de caer, y eso que dijeron que se reabsorben, pues éste parecía que fuera a florecer, justo ahí, en el centro de mi ombligo. Me he quitado un peso de encima, hasta me ha cambiado la cara, sí, fíjate que buen aspecto tengo ahora, salvo esas bolsas debajo de los ojos…, quizá las pupilas algo contraídas…, pero en general…, el tono de piel, como siempre…, ahora todo está en su sitio… a ver, ¿y esa mancha?, uy, ese lunar es nuevo, qué color más raro, no, no es un lunar, no es completamente redondo, ay madre mía, esto no lo tenía hace dos semanas… 

viernes, 27 de septiembre de 2013

LOS SIETE PECADOS CAPITALES



Todas las personas habían sido elegidas con sumo cuidado. Ninguna de ellas sabía realmente que sus reacciones estaban siendo grabadas. Una conversación acerca de la vulnerabilidad de los seres humanos, de la maldad reprimida por el castigo o de la bondad natural trajo consigo una apuesta, un juego en el que se demostraría una de los dos hipótesis. Margarita Bouzón era una de las que aseguraban que las personas son buenas por miedo al castigo, a las leyes, a la sociedad, a la religión...De su opinión eran también un grupo de seis comensales que habían acudido aquella noche a la casa de Carlos Barciela que afirmaba que el ser humano era por naturaleza compasivo, justo y sociable por convicción y no por interés como Margarita apuntaba. El juego ya había comenzado. Se eligieron siete personas con perfiles muy diversos. Cuatro mujeres y tres hombres fueron convocados por la empresa de Carlos Barciela, en principio para la realización de un curso que les reportaría un gran trabajo. Fueron alojados en unos pequeños apartamentos individuales en el pueblo de Vican. Todos recibieron instrucciones precisas acerca de lo que se esperaba de ellos. Ninguno sabría que serían grabados las veinticuatro horas del día. Tan sólo se les indicó que se reunirían a la hora de comer en un pabellón común. Pronto se reunirían los autores del juego, pero antes Margarita y Carlos visionaban las grabaciones con cierta inquietud. Uno de los jugadores había desaparecido, aquel al que llamaron Soberbia. Repasaban la grabación, más concretamente la titulada "la peor de las prisiones, la ira". En ella, el jugador Ira reconocía haber matado a cuatro personas. Nada decía de sus nombres. Esperarían a que las demás grabaciones llegaran a sus manos. La intranquilidad es el motor de la imprudencia. (continuará)

jueves, 26 de septiembre de 2013

Obsesión




              Contemplar una y otra vez esa película se había convertido en una auténtica obsesión para Grace. Cada crepúsculo ordenaba a Red, el mayordomo, que instalase el proyector y pusiera a rodar aquella rancia bobina de celuloide. Sobre la blanca pared planeaba noche tras noche la sombra de la misteriosa muerte de su padre, acaecida cuando ella era apenas una cría. Y como siempre, el noticiario concluía con las tristes declaraciones de la madre, asombrosa superviviente de tan terrible catástrofe. Grace sospechaba que detrás de algunas de aquellas extrañas palabras se ocultaba un mensaje de autoinculpación. Y la misión de su vida era encontrarlo.


RUPTURA


Con este amargor tan extraño que me sube desde las vísceras hasta la boca del estómago, le digo que ya no puedo más. Noto cómo la bilis se remueve en mi interior y el miedo atenaza mi garganta. Siento náuseas. No puedo más y él se ríe a carcajadas mientras me va empujando hacia la cocina. El vómito asciende hasta  mi boca  con el tiempo justo de llegar al fregadero. Son ásperos momentos en los que se me aparece, como en una nebulosa, toda nuestra vida en común,  que no quiero que siga siendo la mía.  Ya no me reconozco y él es un desconocido para mí.

miércoles, 25 de septiembre de 2013

VÁLVULA DE ESCAPE






Una noche más, una de tantas, se hace un poco tarde para cenar. No hay forma de adecuar el momento de  la mesa a una hora apropiada y lógica. Ya no tiene remedio.
De pronto el silencio ¿habrá pasado un ángel? Nada es eterno ni siquiera el silencio, apenas unos segundos y la magia desaparece… alguien enciende el televisor.
- Joder que ya empezó y no me lo quiero perder – no recuerdo quien lo dijo, da igual, necesito levantarme de la mesa ya (mi abuela hubiera dicho: te pica el culo o que).

Hoy me toca recoger. ¡Bien!.
Me refugio en los cuatro platos que se apilan ante mí. Viva el Fairy. Se escuchan discusiones, alguna pequeña bronca, nada importante. Una frase suelta se cuela desde la otra habitación: - Esto es una maquina de hacer feliz a la gente -. Contradicción pienso yo. Termino la pequeña tarea… joder es demasiado pronto, necesito una excusa. Me siento en mi mesa y comienzo a escribir… ya no necesito excusa, ya no. Soy feliz.


Mientras en la otra habitación termina por fin Gran Hermano. Uf.

martes, 24 de septiembre de 2013

La peor de las prisiones, la ira

Después de tantos años estos muros me cuentan una y otra vez aquel fatídico día. Mi mirada se fija en cualquier nueva mancha de humedad en esta pared convertida en mi piel. Mi cuerpo, este habitáculo enmohecido. Mi esqueleto, este amasijo de carne pegado al hueso, mi espíritu enmudecido, quizá escondido.
"...Cohíbe la ira, reprime el coraje, no te exasperes, y no obrarás mal..." (Salmo 37:8) repite mi voz a mis oídos cansados. Una y otra vez, una y otra vez. El tiovivo de la conciencia no para de girar mostrandome cuatro rostros blanquecinos.
Lo que he sido y lo que soy son enemigos que se alian en ocasiones, con la desconfianza lógica, con una prudencia en ocasiones irracional. Me creía fuerte, seguro de mí mismo, equilibrado. Nunca nada ni nadie alteraría la cuerda de mi existencia. Me creía seguro, con fortaleza, caminando con paso fuerte y decidido.
"...Cohíbe la ira, reprime el coraje, no te exasperes, y no obrarás mal..." (Salmo 37:8) leo constantemente en estas hojas cosidas por la aguja de los sastres de los dioses.
Esa presa de aguas serenas, la poca disposición de mi mente es la que hizo que una lluvia fuerte, una tempestad de emociones hiciese que los muros de mi seguridad se quebrasen.
Recuerdo la primera grieta, el egoismo. tengo presente la siguiente, la injusticia. El espíritu de venganza. ¿Qué importaba el destino de mis flechas?. Cualquier palabra ajena o mirada me servía. No era defensa. Nadie me atacaba, o sí. Yo mismo empujaba el odio hacia la superficie entrando en erupción. La lava arrasaba la tangente de mi mundo sin importarme el tormento.
Mi espíritu contaminado tan sólo espera el castigo y no lo hallo. Espero, aguardo el golpe final que se me escapa por los rincones del olvido. Encerrado en esta prisión aguardo la muerte.
Cuatro muertos me hablan cada día sin tregua. Cuatro esquinas que encierran mi alma aprisionan mi mente.
Mientras tanto la única frase que mis oídos escuchan es la que de mi boca sale: "...Cohíbe la ira, reprime el coraje, no te exasperes, y no obrarás mal..." (Salmo 37:8) .


LAS PALABRAS QUE NO EXISTEN

Como agradecimiento a que se me permita colaborar en este blog, voy a colgar este relato aquí días antes de hacerlo en mi propio blog.
Gracias.


 Imagen bajo licencia "CC. By Nc Sa" cortesía de Jordi Puig



Noelia se acercaba sin mirar atrás. Tenía la sensación de tener a toda la estación de trenes mirándola y señalándola mientras pensaban "¡culpable!".
Gonzalo iba tras ella acelerado mientras no dejaba de pedirle que se parara un segundo.

–¿Para qué Gonzalo? –Dijo girándose–. Estoy segura que acabaremos en el mismo bucle de siempre.
–Intentémoslo por favor.
–¿Intentar? Los intentos se acabaron, es hora de actuar, ¿no lo ves?

Gonzalo miró al cielo, que parecía querer acompañar la situación y se nubló de manera fugaz. 

–Noelia... –el silencio estacionó en sus labios en doble fila, con prisa–. Yo...

Ella giró su cabeza en el preciso instante en que el viento, atraído por la entrada a la estación del tren, meció su cabello acariciándolo suavemente. Cuando volvió a mirarlo, parte de su pelo reposaba en su boca entreabierta, que no era otra cosa que el primer aviso de su impotencia. 
Las puertas del tren sisearon con fuerza en su apertura.

–¿Tú qué Gonzalo? ¿Tú qué? –Gritó Noelia. Las personas de alrededor miraron extrañadas, soliviantadas, casi moribundas. Las primeras gotas no tardaron en aparecer, como atraídas por su desesperación y el timbre de aquella última frase. No fue en la estación en el único lugar en el que comenzó a llover. Gonzalo se precipitó sobre ella quitándose su chaqueta y usándola a modo de paraguas, ella se apartó bruscamente.

–¡No Gonzalo! No necesito que me cubras de la lluvia, no es ella la que me hace daño –expuso mientras agarraba su maleta.

Él la miraba. La escudriñaba. Se acordó de su pasado y le removió ese orgullo masculino, la mayoría de veces, tan estúpido e inservible. Conocerla en un prostíbulo no fue malo, el error fue enamorarse de ella, y desde ese mismo instante, saber que el corazón jamás le ganaría la partida a su mente.

El tren dio el segundo y último aviso. Noelia lo miraba fijamente a una pequeña distancia, empapada. Sus ojos vidriosos pestañeaban con urgencia para poder verlo bien, a sabiendas que, con total seguridad, sería la última vez que lo vería.
Dio su primer paso hacia el tren y Gonzalo pareció reaccionar con un leve movimiento. Ella, al ser consciente, se detuvo levemente y ambos quedaron suspendidos bajo el manto cristalino del agua de diciembre. Él le acarició la mano y ella solo retiró la suya segundos después, necesitaba sentirlo a pesar de todo. Se movió de nuevo y él pareció dejarla marchar, no se movía. Noelia sintió por primera vez como el corazón podía pesar tanto. Adaptó su siguiente paso al primer escalón y tiró de su maleta. Él se arrodilló y comenzó a llorar, con la curiosidad de que no luchaba contra nadie ni nada, solo contra él mismo. Ella terminó de subir al tren, se giró y le lanzó una nota que él se apresuró a tapar para que no se mojara.
El tren se marchó tan rápido como vino y Noelia lo veía a través del cristal castigado y acosado por pequeñas gotas que zigzagueaban como pequeñas arañas.

" Los sentimientos y los actos son importantes... Las palabras también "

La lluvia lo cubrió completamente, deshaciendo la nota entre sus dedos.




lunes, 23 de septiembre de 2013

Demasiado tarde




Se dio cuenta de que esta vez sus palabras habían ido más allá de las meras especulaciones. Le encantaba maltratarla. Sabía que no debía comportarse así con su mujer, era terriblemente humillante para ambos, pero la celosa pasión que sentía lo cegaba y además disfrutaba. En el mismo momento en que ella le dio la espalda, tras dos horas de espantosa  discusión, su mano soltó el platillo que sostenía y notó el extraño sabor amargo de los restos de la taza de café. 

La risa puede ser peligrosa (1)






Este gordo ocupa mucho lugar. No sé qué voy a hacer con su cadáver. Ni siquiera sé si podré moverlo. Comprendo que me precipité al dispararle, pero sin embargo no me arrepiento de ello. Esa inmunda bola de sebo estaba trompa, vomitó sobre mis Ferragamo y luego comenzó a burlarse. Creo que fue precisamente su risa histérica la que hizo que algunos cables se cruzasen en el interior de mi cabeza;  me recordó a mi padre cuando era niña y, después de revisar mis calificaciones escolares, se tronchaba a carcajadas para terminar diciendo: “nunca llegarás a nada, querida”.


(1) Microrrelato presentado al Concurso “Relatos en Cadena”, de la Cadena Ser. Era imprescindible que el relato comenzase con la frase “Este gordo ocupa mucho lugar” y tuviese, como máximo, 100 palabras

Patatas





Hiriendo la tierra con sus cadenas —con ese invento enorme— el tractor avanza mientras miramos al frente. Un batallón al ataque se confabula contra inmensos surcos llenos de patatas. Luchamos contra las matas, contra las piedras y el mal conspira haciendo saltar la cadena con barras y acero al viento y más ruido y más mala suerte por el aire. Muchas manos no pueden esperar a una máquina, muchas manos tienen que recoger todas y cada una de aquellas patatas y dejarlas en cestos y más manos llevando los cestos a la pala y otro tractor que las deposita en masa en un remolque que al fin se llena tras horas de intensa marcha.

Manos hábiles, esfuerzo y miles de juramentos conspiran la solución a la cadena, al piñón y a la maquina. El tractor avanza y saca patatas y nos mueve hacia delante, en paralelo, en masa. Una masa obrera que disfruta con el periplo, que ya no ve el principio, que sueña con el fin de los surcos. La máquina se calma, ruge a momentos pero se aplaca y nosotros con brío, más cestos, más pala y al fin una pausa. Se llena el remolque y unos minutos de calma. El cuerpo pide marcha, el cuerpo se relaja y pensamos en lo que llevamos, calculamos toda la jornada. Conjeturas estúpidas si dependemos de aquella máquina, de estos remolques, de estas espaldas… Antes de comer quedan dos horas más bajo un sol que crece en lo alto de las cabezas y que aplasta nuestras espaldas. Nos ponemos una meta, el final de esos surcos señalará la pausa. A duras penas llegamos, es el deber en nuestras espaldas, en las caderas, algunos de nosotros han tocado tierra con las rodillas y la algarabía de la mañana ya no es la misma pero se ve renovada por el olor imaginario de la comida, por el regreso a casa. El sol llega bien arriba y de allí se pasa, hemos llegado al fin de los surcos y ahora es buen momento para partir en dos la jornada.

El cuerpo nos dice que no debería haber una tarde para una mañana así, lo que debería venir es una noche sin pausa…  Y no. No somos unos blandos que dejan todo cuando duele la espalda y las piernas y los brazos y después del bocado, una pequeña siesta y un café, otra vez estamos en el campo, bajo el mismo sol; con menos fuerza que ganas.

Y la máquina, las cadenas, los juramentos y caras largas. Todo se conjura de nuevo, todo cuándo nuestra fuerza conjunta más rápido avanza. Llegamos hasta ella y el patrón se deshace por arreglarla. Pone todo su empeño y grita al de arriba que si no lo logra, ¡se tira al río y se mata! Y le pide y le insulta y le ruega y se arregla la cadena otra vez pr…, pr…, pr…, prum…, la máquina que suena, ronronea sin pausa, limpia y exacta como cuando antes de que se partieran las barras y vuelve a abrir la tierra, los surcos y nosotros nos separamos poco a poco cada uno a una marca, cada uno una línea, somos la tropa unida que avanzara llenando los surcos abiertos, llenamos los cestos y palas y remolques y justo a tiempo la noche nos envuelve —cuando el cuerpo ya poco responde— y contentos volvemos; las luces del tractor cortan la oscuridad. Nos reímos de las cadenas, de la máquina y de una jornada llena de aventuras, calor humano y miles de patatas.

Pernando Gaztelu

Ira acunada



Que impotencia la vuelta atrás, regresar, desperdiciar el camino, anegado por hologramas de indescifrables significados, que emergen empecinados en el barro de las arenas movedizas donde se hunden los sueños. La dicha queda lejana, se mostró plena, magnánimamente se colaba por rincones, inundando los resquicios, adhiriéndose a los átomos: neutrones y neutrinos le cedían el mejor sitio. Pero retorna, incomprensiblemente, su malsano alimento, la rabia acompañada de saña, revestida con venganza, la ira que todo lo arrasa, la ira niña mimada, la ira, iracundamente mecida, sobrevuela la manada, cebándose en los más mansos, cuando ha sido transportada por los temperamentales que no dudan en expulsarla si no pueden transformarla.

Pensamientos fúnebres






No sabía qué hacer  para recuperarlo, lo había intentado todo.  Se iba  -o peor aún-  ya se había ido.  Se sentía solo, viejo, gastado… Tantos años juntos y, en un abrir y cerrar de ojos, la relación había terminado y ahora él se hallaba mortalmente perdido. Sentía una honda culpabilidad por haber pensado que la vida compartida era para siempre y no haberla mimado más. El día que le dijo que se marchaba y que no había vuelta atrás, la vida en soledad se le echó encima como una losa de enterramiento. 

domingo, 22 de septiembre de 2013

Demasiado tarde




Se dio cuenta de que esta vez sus palabras habían ido más allá de las meras especulaciones. Le encantaba maltratarla. Sabía que no debía comportarse así con su mujer, era terriblemente humillante para ambos, pero la celosa pasión que sentía por ella lo cegaba. 
Disfrutaba. En el mismo momento en que ella le dio la espalda, tras dos horas de espantosa  discusión, su mano soltó el platillo que sostenía y notó el extraño sabor amargo de los restos de la taza de café. 

sábado, 21 de septiembre de 2013

Duermevela



- ¡Ah, qué susto me has dado, con lo que me ha costado dormirme!
- ¿Tú crees que estás despierta? ¿Por qué nos pensaste?
- Ya estamos… No pude evitarlo.
- Eso no es excusa.
- Me has preguntado y he contestado, no pretendo disculparme.
- Nos dejaste inacabados, apenas esbozados…
- Lo sé…
- ¿Y ahora qué?
- Estoy en ello. Si dejáis de atormentarme, en cualquier momento…
- Ya. Últimamente, todas las noches dices lo mismo.
- No ayudáis mucho, la verdad, aparecéis y desaparecéis lanzando reproches.
- Yo soy una anciana loca que da de comer a las palomas, mi historia ya está trazada, pero al niño del perchero mágico lo dejaste ahí, esperando.
- Me atasqué... Y, en absoluto eres una anciana loca, eres una mujer sabia, tal vez un poco excéntrica… Lo lamento por el niño, se quedó junto al perchero, colgando y descolgando abrigos, esperando a que su madre terminara en su consulta, pero… ¿qué hace aquí el viejo del ascensor? Ya conté su experiencia, porqué visitaba a su hermana, su entereza.
-  Sabes perfectamente que lo construiste de cartón piedra, hierático, como un monigote.
-  Es que es así como lo vi, cargaba con todos sus años como si su piel fuera un grueso saco lleno de piedras, apoyado en el quicio de la puerta parecía como si sostuviera la pared para que no le cayera encima, si ocurriera un derrumbe, seguro se salvaría y los cascotes se sumarían a sus calladas penas, igual que sobrevivió al fatídico viaje que selló el dolor de su mujer cuando acudía al entierro de su hijo.
- Ah, pues haberlo escrito, aún estás a tiempo, termínalo.
- Lo perdí.
- ¿El qué perdiste?
- El relato, ese, el tuyo, el del niño, el del vampiro encuestador del Centro de Investigaciones Sociológicas, ese, ese si que me da miedo.
- Vaya peligro, tan frío...
- Se puede enfadar mucho… y, lo peor, es que no lo demuestra… y cuando menos te lo esperas, ¡zas! mordisco a la yugular. ¿Seguro que no está con vosotros?
- No.
- ¡Sabes algo!, has contestado muy rápido.
- De verdad que no lo he visto. Igual está con el enanito.
- Ojalá, quizás comen perdices. El enanito era muy borde... y muy refinado, así mantendrán a raya, definitivamente, a los timoratos vecinos… andarán todos escondidos en sus casas colgando ristras de ajos en puertas y ventanas…
- ¿Y tú?
- ¿Yo qué?
- ¿Con qué lo ahuyentarás?
- ¿A quién?
- Tú sabrás…
- Más bien sería con qué atraerla…
- Ah, eres una terca, estás esperando la dichosa inspiración…, mira para qué te sirve, para que vaguemos en el limbo desdibujados, como fantasmas. Menos impulsividad y más técnica, constancia, orden y paciencia.
- Lo sé, por eso no me pongo excusas, pero no me gusta que me digan lo que tengo que hacer y, menos, sobre qué tengo que escribir.
- Mientras no nos abandones.
- Nunca.
- De acuerdo, hasta mañana.
- Buenas noches, que descanséis. A ver si duermo un rato más.

REFUGIO DE SUEÑOS


La música que salía de la habitación llenaba todos los rincones de la casa; en los lugares más extremos como la cocina, - donde estaba Ana - el volumen llegaba más suave. De repente, el silencio lo invadió todo. Ana, un tanto sorprendida dirigió sus pasos hacia la habitación. Abrió la puerta y encontró a Juan sentado en la cama; el rostro severo miraba sus manos que reposaban en las piernas. Se acerco a él y se sentó a su lado llenando el espacio de una calidez amorosa. Pasó su mano con movimientos suaves por su cabeza y las palabras mágicas salieron de su boca, frases que pertenecían al mundo de sentimientos y emociones. Juan se levantó y le dio un abrazo, abrazo de oso, amplio y fuerte, la cogió por la cintura y se dirigieron a la cocina, Ana le iba a preparar su infusión favorita – como siempre -. Ella, sabía que una sonrisa socarrona asomaba en sus labios, ¡creía que la engañaba! Pero le siguió el juego porque al igual que en las noches oscuras la luna ilumina el camino, ella alimentaba su falta de autoestima obsequiándolo con sus mimos extras.
La pena que le producía es que a ella, dentro de quince años cuando tenga la misma edad de Juan, posiblemente no tendrá a nadie que ilumine sus noches oscuras.

El octavo pasajero o la noche de la langosta



Acababa de tragar el último bocado de mi frugal cena. Esa misma tarde había tenido una fuerte discusión con mi ex y me encontraba triste y desfondada. Justo en ese momento noté la presencia de un ser extraño en mi cocina. Había entrado por la puerta de la terraza y mis delicados tímpanos habían oído un débil sonido así como…”plof”.

El respaldo de la silla que tenía enfrente me tapaba la vista del suelo y tuve que incorporarme. La pata metálica de mi asiento chirrió contra la baldosa y ese “ser” emprendió un potente despegue hacia el interior de la estancia sin un rumbo fijo, más bien errático.

El animal -que lo era-, le pareció a mis ojos y a mi estado de ánimo del tamaño de un helicóptero de combate “Tigre”. El pánico se había apoderado de mí. Sentía cómo se erizaban todos los vellos de mi cuerpo. El de la cabeza también. Las órbitas de mis ojos se encontraban paralizadas, incapaces de girar y localizar al intruso.

Sin hacer el menor ruido, salí de la cocina y cerré la puerta. Prefería que, lo que aquello fuera, se quedara dentro, era mejor tener acotada el área de la próxima ofensiva.
Una vez fuera, intenté relajarme para poder pensar con claridad. Primero tenía que identificar al enemigo -una sabia decisión si hubiese existido contacto visual , que no era el caso-. Sin embargo, esto era primordial. ¿Era un pájaro? No. ¿Un insecto? Sí, lo más seguro. Recordaba haber distinguido el brillo de la queratina propio de estos bichos. Pero… ¿Ese tamaño? ¿De qué insecto se trataba? Una cucaracha americana, seguro. Odiaba a esas rojizas criaturas. Me había pasado todo el verano intentando erradicarlas utilizando todo tipo de artilugios: eléctricos, aerosoles, trampas, líquidos para fregar el suelo con efecto insecticida, mosquiteras, la zapatilla… Pero el vuelo me confundía. Las he visto correr y dicen que también pueden volar pero… tal y como volaba aquel monstruo…

Estaba claro que necesitaba una imagen. Todos los insecticidas llevan al dorso del envase un largo listado de bichos a los que son capaces de eliminar. Si contra el que se pretende luchar no está en el listado, no hay que esforzarse. Se corre el peligro de asfixiarse uno mismo antes de acabar con él. Así pues, me decidí a entrar en la cocina. Más que nada, para coger el aerosol que se encontraba en un armario. Escogería el de matar cucarachas. No había que andar con tonterías. Pero… ¿entraría así, a pelo, con el vestidito de tirantes? Ni hablar. Tenía que protegerme del cuerpo a cuerpo. Cogí lo primero que encontré en el baño: un albornoz con capucha de Ágata Ruiz de la Prada color rosa con unos tulipanes de colores primorosamente bordados. Así, sí.

Entré sigilosamente de puntillas, con la cabeza gacha y cubierta con la capucha. Saqué del armario el insecticida y me quedé muy quieta. Mis retinas emprendieron un barrido por las paredes, el techo, las cortinas…¡¡¡NOOOOOOO!!!!!! Allí estaba. Era un saltamontes!!!!!!

Que mi amiga Eulalia me perdone... ¡odio a esos bichos! Ella me diría: “Coge una escoba y, sin hacerle daño, ayúdale a salir”. ¡Ja! Ése era capaz de cogerme con las patas, raptarme y luego dejarme caer por cualquier paraje inhóspito. Tenía que acabar con él.

Como si me estuviera adivinando el pensamiento, vi claramente, cómo se impulsaba con sus patas traseras. El tamaño de aquellos muslos me recordó  los de un campeón de halterofilia. Emprendió de nuevo el vuelo, abriendo sus largas y membranosas alas ¡Qué asco! Pasó por encima de mi cabeza y se detuvo en la pared, justo detrás de mí. Sentía su presencia. La superficie lisa y blanca de la pared no parecía gustarle demasiado. Se resbalaba, tal vez por su propio y enorme peso, estaba poniéndose nervioso y dudaba entre sujetarse de nuevo y volar. Yo le miraba de reojo sin perder la poca sangre fría que me quedaba. En esos momentos, pertrechada con mi albornoz y mi bote de insecticida, me sentí como Sigurney Weaver en el episodio de Alien, el octavo pasajero. Entonces disparé, todo lo fuerte que me permitía el bote de Cucal. Acompañé el disparo con un sonoro grito de guerra –lo había visto en todas las películas de Rambo-. Sabía que el saltamontes no estaba en la lista del dorso, pero era lo único que tenía. El animal, sin inmutarse por la ráfaga del spray, corrió –más bien, voló-, a refugiarse donde pudo y supo: detrás justo de las botellas de aceite. Botellas, sí: de oliva virgen para freir, de oliva virgen extra para las ensaladas, de girasol que ahora dicen que también es muy sano y para la repostería va fenomenal, de oliva con hierbas aromáticas para asar la carne, aromatizado con trufa… Bueno, no me voy a extender más porque al lado tengo las especias y estamos en un blog de micros.

Se hizo el silencio y la calma volvió a la escena de la pelea. Esperé unos minutos todavía armada y protegida a pesar del calor. Nada. Empecé a emitir pequeños sonidos como: un silbido, una patadita en el suelo... Nada. Me armé de valor y me puse agua en un vaso, bebí, me tomé un Valium 5 y me fui derecha a la cama no sin dejar la ventana abierta por si “Él” abandonaba su escondite y decidía salir.

A la mañana siguiente, entré despacio a prepararme el desayuno. Ni rastro. Aún nerviosa evité coger la aceitera y no me hice tostadas. Llegó Lily que se extrañó de mi cambio en la dieta. Salí con ella a la terraza, no quería hacerlo sola. Entonces me cogí de su brazo. ¡¡Estaba en la barandilla!! Con voz entrecortada y la mano temblorosa señalé al insecto. Ella me miró y con sus habituales carcajadas lo cogió con la mano y lo lanzó al vacío…


¿Cuántas episodios se hicieron de Alien…?

martes, 17 de septiembre de 2013

LA VIOLINISTA




"Mientras escribía La violinista, ha estado sonando el tema principal de la banda sonora de La lista de Schindler. Quizás os ayude y le de un efecto intenso al relato ;) "


Cerró la puerta y respiró.
Aún no sabía cómo había pasado todo tan rápido. Sus tres compañeros de escuadrón se perdieron entre los árboles y él desembocó en esa casa en mitad de la nada. Su recuerdo más reciente eran tres disparos que aquel maldito bosque inmenso aguantó en su eco casi un minuto. Lo siguiente fueron imágenes fugaces de matorrales arañando sus ojos mientras corría campo a través hasta llegar al caserón. Era medianoche. 

Caminó bordeando el absoluto silencio hasta lo que pareció en su tiempo una gran sala de estar. Como una sombra se deslizó por cada uno de los rincones, asegurando su soledad. Volvió sobre sus pasos tras estar seguro, y antes de abordar el segundo piso, quería hacer recuento del equipo tras la repentina huída. Reposó su mochila sobre una mesa de madera junto a una chimenea.
Una pistola, un cargador, dos bolsas de víveres y muy poca agua. Había perdido el rifle de asalto, quizás cuando estuvo arrastrándose en mitad de todo el polvo pensó. Echó un vistazo alrededor. Se movió hacia la cocina tras recoger de nuevo su equipo pensando en el agua. Apretó ligeramente uno de los grifos... Nada. Buscó el cuarto de baño y probó también... Nada. Era buen momento para probar en el piso superior.

Subió despacio, con calma. Lo hizo como el viento, suave e insonoro. Al coronar las escaleras, el camino se cortaba cruzado por un gran pasillo. Primero inspeccionó la parte izquierda. Solo dos habitaciones vacías y un baño. Se acercó, probó de nuevo... Nada... De repente, una puerta se abrió. Pudo oírlo con claridad. Venía del otro lado del pasillo.Salió del baño pistola en mano y apuntando al frente con cautela. La segunda puerta del otro lado del pasillo estaba entreabierta. Una luz parpadeaba desde dentro, dejando que las señales lumínicas traspasasen la pequeña apertura creada. A medida que se acercaba, distinguía como un rumor. Cuando casi estuvo junto a la puerta pudo adivinar el sonido, característico por el ritmo, como si viniera un tren. Era un proyector. Se colocó con seguridad junto a la puerta, contó hasta tres y entró.

No había nadie. Repasó fugazmente la habitación con su mirada siguiendo a su pistola. El proyector yacía solo en mitad de la estancia, apagado. Un tocadiscos reposaba encima de una mesa pequeña junto a la cama. Extrañado, se acercó al proyector y alargó su mano para tocarlo... Al momento se cerró la puerta bruscamente a sus espaldas. El giró automáticamente atraído por el estruendo. El proyector se encendió de nuevo. Volvió a girarse y vio las imágenes proyectadas en la pared. Una triste melodía de violín inundó la estancia. El tocadiscos se había puesto en funcionamiento. Fijó su mirada de nuevo a las imágenes.
Cientos de invitados. Una ceremonia nupcial. Un hombre le ponía el anillo de compromiso a la novia encima del altar. Aunque no se oía, distinguía como todos aplaudían. Ahora salían de la iglesia aclamados mientras le lanzaban arroz y flores. La pareja tocaban dos violines frente a la mesa de invitados. Más tarde, caminaron hasta un jardín, perseguidos por todos los invitados. La imagen se acercaba hasta captar de nuevo como se besaban encima de una colina... Y se paró. La imagen quedó congelada.

_ Éramos muy felices. __Sonó una voz femenina.

Él apuntó para todas partes. No sabía ubicar el sonido, no tenía ni idea.

_ Esta fue nuestra primera casa. Aquí fue nuestra primera noche de casados. Hicimos el amor. Enamorados. __Seguía sonando la voz y el seguía mirando para todas partes, sin saber aún de donde provenía.
_ Mi vida era perfecta. La de él también, pero llegó la guerra... Personas al servicio del gobierno nos robaron el paraíso. Nos convirtieron en víctimas del tiempo, almas condenadas a vagar eternamente por un lago de delicados y repudiados recuerdos.
_ Muéstrate. __Gritó él.

Notó como una mano suave le acarició el cuello desde su espalda. Se quedó inmóvil. Al llegar a la garganta, la mano se tensó y mostró sus uñas, apresándolo suavemente.

_ Llegaron a medianoche, como tú. Entraron sin preguntar. Nos arrastraron hasta el gran salón. __Sintió que la mano flaqueaba y la voz comenzaba a sollozar__. Me violaron. Repetidas veces. A él lo obligaron a presenciarlo, todas y cada una de ellas. Me golpearon, me escupieron... Me humillaron... Y aunque para él ya fue suficiente castigo, lo golpearon hasta la extenuación y se lo llevaron... Al igual que a nuestros hijos... ¡Eran muy pequeños!

Acto seguido, ella se arrojó al suelo. Lloraba. 
Él se giró e hizo un ademán para cogerla y levantarla.

_¡No! ¡No te muevas! __Dijo la mujer mientras se levantó ágilmente.
Su rostro estaba hundido. Sus ojos eran solo cavidades con un leve destello. Era vieja. Su pelo era casi inexistente. Su boca parecía derrumbarse a cada palabra. Su voz había cambiado, ahora era más grave... Con ira.

_ ¡Mira! __Le gritó enfurecida.

Ella mostró su otro brazo. Tenía la mano amputada.

_ ¡Me quitaron el amor! ¡Me quitaron mi pasión! ¡Se lo llevaron todo! Me dejaron inerte, abandonada. ¡No pude tocar más el violín! Y me perdí, mugrienta, suplicando algo para comer. Me abandoné en las calles hasta morir de hambre, de pena... De desesperación... Ellos no volvían... ¡Nunca lo hicieron! __Lloraba de nuevo.
_ Pero... Lo siento. __Dijo él. Tembloroso.

Ella se quedó seria. Mirándolo fijamente. Comenzó a arrugar sus pómulos y una curva asomó en sus cejas. Sus uñas crecieron aún más.

_ ¿Lo sientes? __Gritó__. ¿Lo sientes? __Volvió a gritar mientras lo cogió del cuello. Él no pudo reaccionar, era demasiado rápida.
_ Yo no tengo nada que ver señora. __Intentó decir con el poco aire que ella le dejaba usar.
_ ¿Por qué pasó todo así? ¿Por qué? __Rompió de nuevo a llorar. Soltó su cuello y se arrodilló__. Éramos felices, no le hicimos daño a nadie... ¿Por qué? Dime ¿Por qué?

Ahora ella parecía dócil. Se estaba hundiendo en su recuerdo. Se abandono por completo al suelo. Se retorcía en él mientras repetía la pregunta una y otra vez. Él estaba confuso, experimentaba una mezcla entre miedo y lástima. Le costaba creerlo. En un abrir y cerrar de ojos, ella desapareció. La volvió a escuchar a sus espaldas.

_ Toca para mí. __Le pidió.

Él sintió un escalofrío de pies a cabeza.

_ Yo... Yo no se tocar señora. __Se excuso con una voz casi imperceptible.

Ella se quedó inmóvil. Lo miró durante unos segundos sin decir nada. Ladeo suavemente la cabeza mientras seguía observándolo.

_ Te pareces tanto a él... Tanto tanto... Él no estaría orgulloso de ti.

Su cuerpo se sacudió al escuchar aquellas palabras. 

_ ¡Toca para mí. Hazlo por él. Muestra que aún te queda dignidad Frank.

Cuando su nombre retumbó en aquella habitación, su sangre se heló. Se le cayó la pistola de la mano que ya ni siquiera recordaba que la tenía. El ruido fue sordo al golpear contra la madera encallecida por el paso del tiempo. Ella comenzó a acercarse a él lentamente. Traía consigo un violín sin cuerdas. Se detuvo frente a él y extendió su brazo.

_ ¡Hazlo!

Frank cogió el violín. Agudizó el poco oído que su estado podía regalarle y simuló tocar la música que el tocadiscos derramaba. Era triste, muy triste. Se dejó llevar por la sensación. Movía las manos como si hubiera tocado toda su vida. Ella se acurrucó contra la pared. Estaba tranquila. Sonreía. Se fue quedando dormida y se fue desvaneciendo poco a poco mientras susurraba varias veces...

_Eres igual que él.

A medida que notaba el tacto y sentía la madera de aquel instrumento, lo iban asaltando imágenes fugaces... Él comenzó a llorar. 
Pudo ver todo lo ocurrido la noche a la que se hacía referencia...
Su mente le mostró como ella, tras la debacle, se sentó en una mesa de madera junto a una chimenea y comenzó a escribir. 

Ahora, la música lo había atrapado. Seguía dejándose llevar. Su mano parecía volar...



... Y la gente parecía aplaudir en sus miradas. Hubo alguno que hasta se levantó para seguir la actuación en pie. Algunas mujeres apretaban su bolso de la emoción. Todas las bebidas servidas en las mesas le habían ganado la partida al hielo y consiguieron derretirlo. Nadie bebía. Era como anestesia... Cuando la música murió, todo el bar se quedó en silencio. Frank seguía con los ojos cerrados. Posó su violín en sus rodillas y se acercó el micro.

_ Buenas noches a todos. En primera instancia, agradecer su asistencia esta noche, es un verdadero placer para mí. Me gustaría decir que esta canción tiene fragmentos tomados de una composición que escuché hace varios años en un momento muy especial para mí y que cambió mi vida para siempre. Estos pertenecen a Margareth Miles... Un pariente lejano mío que, al parecer, no descansó hasta transmitirme su amor hacia la música y darme la oportunidad de descubrir realmente quien soy... Que hoy en día, muy pocos la tienen... Así que. __Guardó unos segundos para respirar hondo__. Esta canción se titula "La violinista" y este concierto es para ella...



... Volvió a hipnotizar a todo el público desde la primera nota. Aquel violín seguía mostrándole esporádicamente trozos de historia... 

...Margareth terminaba de escribir la carta. Un punto y aparte, comillas y unas últimas frases escritas bajo lágrimas...

" La música me lo dio todo. Viví la felicidad. Me encontré a mí misma. Descubrí el amor. Fui feliz durante mucho tiempo... Pero la vida me lo arrebató todo... Nada será lo mismo para mí... Solo espero que algún día... La muerte me dé una oportunidad.

lunes, 16 de septiembre de 2013

Cuerdos



  
Cuando la estupidez es norma,
cuando soy más inútil que una sola neurona,
no se puede esperar que me quede
porque me matas,
me vuelves cuerdo,
me atas,
me pones enfermo,
de cordura,
se sana politesse
de esa forma tan políticamente correcta de ser
de esa tontería social
que sólo tú sabes mantener,
que sólo tú y tu mundo quieren tener.

Soy un maldito grano
en el culo de este mundo,
y este mundo se me clava
a cada segundo
si no me cuido,
si no me guardo,
si no me vengo;
es veneno,
es un maldito infierno
si me dejo convencer por él,
si me dejo caer en esta bañera de miel
y me lleva por el camino del sufrimiento y
es una cama de espadas oxidadas
que penetran en mis entrañas
cuando me vuelvo serio,
cuando me dejo,
cuando me
muero.

No soy el mismo de esta tarde y no,
no quiero volver a ser aquel
inmaduro que se deja la piel
que se deshace por merecer
lo que la sociedad del bien,
lo que la basura de este mundo hace ser,
la constante, la uniforme mentira del ser,
la forma en que todos tenemos que ser,
y no ya nunca más quiero pertenecer
a esta sociedad de soberbios entendidos
que clavan cuchillos
a los locos y enfermos
a los desprotegidos
a los que decidimos
¡no!
No te quiero, cuerdo,
no soy como tú
ni quiero.
Soy algo distinto,
soy parte de eso
que no entiendes
soy parte de algo tan grande
que te daría miedo
soy parte de algo tan brillante
que te dejaría ciego.
Porque soy un enfermo
a los ojos del mundo cuerdo
porque soy un maldito enfermo
a los ojos de tus ingenieros
y tus médicos me tendrían miedo
si supieran el poder que tengo
y tus políticos me meterían preso
si entendieran lo que puedo
hacer a este mundo cuerdo.

No quiero este infierno
de robots productores de dinero
esta gran masa de consumo de fieltro
de marmotas en invierno
y ovejas sin pellejo.
No soy un cordero,
nunca podré serlo
y si así vivo,
de mí reniego
a cada instante,
cada maldito minuto de mi vida
reniego.
No quiero este infierno
y sé que no pertenezco
a este maldito mundo
tan lleno, ¡repleto!
de cuerdos.

EL VALS DE LAS MARIPOSAS



Mi habitación, toma un aire de serenidad como cada primer sábado de mes, desde hace un año. ¡Su presencia se hace palpable en un día como hoy! El vestido con el olor peculiar a naftalina descansa encima de la cama y los zapatos se encuentra en su vieja caja. El disco de vinilo, hace sonar el vals favorito de los abuelos en el tocadiscos que heredé de la abuela. Poco a poco, como en un ritual cojo el vestido y pasándolo por la cabeza lo dejo caer por mi cuerpo. Me acicalo igual que en la foto; su imagen quedó plasmada desde hace ya tanto tiempo... Me miro al espejo, ¡no me falta detalle!. Me dirijo hacía el garaje con calma compasada y la certeza de que allí me espera el abuelo; vestido con una camisa blanca, un traje gastado por el tiempo y que ya le queda grande, y un sombrero obsoleto. Cuando me ve, su cara es todo un poema. Abre la puerta del copiloto de su primer coche, lo guarda como una reliquia en recuerdo a ella. Con gesto de galán me ofrece su mano y me invita a subir. Sin darme cuenta ya se encuentra sentado a mi lado y gira la llave del contacto, ruge el motor como en sus mejores tiempos. ¡Sus ojos cobran vida! Seguramente como aquella noche y ese brillo me hace prever que su mente se encuentra en el famoso salón, donde hace cincuenta años bailó por última vez el vals con la abuela. Ese vals que los unió por primera vez y como cualquier pareja de enamorados lo hicieron suyo, pero..., un fuego fortuito los separó drásticamente aquella noche. El abuelo coloca las fotos en el salpicadero; la que tiene con la abuela y la que nos hicimos el mes pasado y lo cierto, es que la única diferencia es ver como el abuelo se fue mermando con el paso de los años.
- Con estos caprichos, has hecho muy feliz a este viejo. ¡Gracias cariño! -
Sus últimas palabras las dijo en un tono inaudible; sus ojos se cierran y una sonrisa aparece en la comisura de sus labios.

Los pasos lentos




Siento cómo poco a poco se van desvaneciendo mis recuerdos. Percibo claramente los pasos lentos de mi mente sobre la angustiosa senda del olvido, al final de la cual me espera con los brazos abiertos la nada absoluta. Ayer decidí no tomar más pastillas, no permitir que la maldita química impida a la naturaleza resolver mi destino. Porque he entendido que a veces ignorar lo vivido puede ayudarnos a morir en paz.

VERDE







Agacho la cabeza. Ahí está tan uniforme, simple, jaspeado pero simple, verde.
Aguanto un segundo casi eterno y entonces me decido, quiero hacerlo…
- ¡No! ¡No puedo!
 Su mirada fija y penetrante, tan cercana, traspasa mi ego. Humilla y aplasta completamente mi confianza…
- ¡No! ¡No puedo!
Vuelvo a mi interior  – verde – y suspiro aliviado. Me reconforta. No consigo mi paz pero me alivia.
Otro suspiro y ese hormigueo en la mano… una vez más…
- ¡No! ¡No puedo!
Su presencia, enfrente, ocupa totalmente mi espacio vital. Me agobia. Mis pulmones se llenan de aire.
Entonces, de repente, sucede. Mi verde se difumina, ya todo es blanco o negro da igual.
Pateo con toda la brutalidad de que mi instinto es capaz.
Penalti fallado.
¡Mierda!
Me dejo caer, me fundo y me confundo con la hierba…

Soy verde.

domingo, 15 de septiembre de 2013

12 HORAS



-12
Sentado en la terraza la observo. Me encanta recordarla con la camiseta blanca y los vaqueros que vestía cuando la conocí. Aún recuerdo como su olor corporal se enredaba con mi deseo hasta acabar haciendo que nos encontráramos en las miradas el uno al otro. Poder respirar a su lado era un lujo. Aunque está tumbada en la cama y me da la espalda, recuerdo tan bien cada centímetro de su cuerpo que podría adivinar la arruga de su cara al reposar en la almohada. Me pongo en pie y camino hacia ella... Y no es porque yo quiera... Pero el deseo de estar a su lado embriaga mi mente hasta hacerme abrazarla por detrás y susurrarle.

-11
Sentir que no existe distancia entre ella y yo es la única manera de morir en paz. Le pido que se gire... Cuando me mira, entiendo por qué he estado tan perdido todo este tiempo. Me acerco suavemente, y tras un breve amago repetido, la beso... Y todo cobra sentido... Ella hace del caos un arte. Mis labios tiemblan cuando sienten que se van a despegar de los suyos. El intercambio de respiración se acelera. Acaricio su rostro, recorro su pelo. Se me erizan los vellos cuando sondeo su figura con la yema de los dedos mientras la siento conmigo... Le arrebato la camiseta, le retiro la ropa interior, la miro, me mira y me roba el alma.

-10
Mientras mi cuerpo se mece entre las sabanas buscando el sitio perfecto para no separarme de ella... La siento. Le hablo, me responde y la vuelvo a sentir. Su movimiento es fluido, suave... Perfecto.
Me besa, la acaricio, la beso, me acaricia... Siento como su cuerpo, envuelto en sudor, me roba mi calor. Recorro sus pechos con un movimiento pausado. Los beso. Los siento míos. Mis labios se paran en ellos y descansan una lengua que zigzaguea a su alrededor mientras ella me besa los dedos de mi mano izquierda... La derecha alcanza su fruta prohibida. La recorre de arriba abajo sin pausa... Lentamente. Ella curva su delicado torso. Retiro mi mano izquierda y aprovecho su curva para posarla en su espina dorsal y levantarla un poco más. Ella se muerde el labio pero parece que muerde mi corazón.

-9
Mientras el movimiento de mi mano es paulatino, ella junta sus labios a los míos. Respira frente a mi. Cierra los ojos y sigue respirando. Gime, abre los ojos, me mira y me susurra... Te quiero...
No consigo ahogar una sonrisa mientras la miro... Yo también... Mantiene su boca ligeramente abierta y la desliza por mi nariz. Su aliento es el aire que nos falta. Ladea su cabeza y se coloca en mi lado izquierdo. Me susurra. Me pide que no pare... Aparto mi mano derecha, la abrazo suavemente y la hago mía. Siento sus pechos en el mío... Con los ojos cerrados, su boca deja escapar una mueca de placer y su aire me mueve el cabello... Me derrite lentamente.

-8
Se eleva. Me eleva. Desciende... Pero a mi me sigue elevando. Un movimiento sincronizado, una curva perfecta que me regala una de las visiones más preciosas que mis ojos serán capaces de retener. Me inclino levemente, la tomo con fuerza y la giro velozmente hasta que mi espalda reposa en la parte frontal de la cama. Ella se acelera. Estira sus brazos hasta conseguir colocar las manos contra la pared, que al sentir fría, le da la sensación de calidez y se vuelve a elevar. Comienza a mezclar movimiento vertical con horizontal y me hace suyo. Por momentos pierdo todo tipo de noción, solo quiero tocarla, observarla, sentirla... Le acaricio los brazos, desde las muñecas hasta sus hombros, dejando caer las mías finalmente a sus pechos, que se mueven continuamente.

-7
Movido por el deseo, la agarro de sus brazos y la retiro de la pared, haciéndola prisionera por las muñecas y tumbándola delicadamente hacia atrás, dejándome caer con ligereza sobre ella. Le acaricio su pierna izquierda hasta llegar a su muslo. Desde ese punto, consigo levantar su pierna hacia un lado y me deslizo de arriba abajo, sintiendo como respira, escuchando como gime. Mientras la deseo, sigo tocándole la pierna que aún es mía. La levanto hasta mi hombro y me deslizo furtivamente hacia arriba... Ella ahoga un grito mientras aborta la respiración... Y aprovecho para decirle que me vuelve loco.

-6
Tuerzo su cuerpo y entro en ella. Puedo ver su perspectiva lateral y siento ganas de morderla. Con su cabeza girada, me besa mientras su saliva me recorre parte de la comisura de los labios mientras me muevo. Descanso mi mano izquierda en sus pechos, sin darle prioridad a ninguno mientras mi mano derecha le recorre el cabello, haciéndolo reposar detrás de su oreja. Su rostro me invade. Su respiración entrecortada pasa levemente por su boca y me obliga a poner mi cara junto a la suya... Moriría junto a ti ahora mismo.

-5
Totalmente ensimismado, arremeto contra ella una vez más. Me muerde el labio y me araña la espalda. Me muevo hacia abajo. Mi lengua termina de encontrar su sitio y la hace gritar. Pausadamente, sigue el camino previsto. Sus manos se posan en mi cara y su movimiento comienza a ser continuo y más rápido. Mi mano derecha acaricia la parte exterior hasta que se desliza hacia dentro... Su voz se eleva. Su movimiento entra en una dinámica frenética. La velocidad cobra protagonismo hasta que súbitamente todo se para... Su grito ahora es interior. Sopla hacia fuera, llenando sus pómulos de aire para dejarlo escapar poco a poco en medio de un gemido débil pero intenso.

-4
Ella descansa en mi pecho. Sus labios no paran de hacer dibujos en él. Le meso el cabello y comienzo a ser consciente de que me queda poco. Miro hacia el techo. Intentaría pedir piedad, pero sería inútil. Todo parece ir en cámara rápida... Todo menos mi corazón, que late muy despacio, tranquilo. Estoy a su lado. Ella está ahí, conmigo. Quizás me sienta, quizás no... Pero que está ahí, es una realidad.
Se mueve ligeramente. La acerco a mi. No la quiero dejar escapar... No quiero huir.

-3
Luchamos ferozmente contra todo... Fue en vano. Dormimos. Profundamente. Podríamos haber dibujado planetas y hacerlos girar. Haber escrito relatos que trascendieran de generación en generación. Vivido experiencias sin igual que seguramente, hoy recordaríamos sentados en una terraza como esta, rodeados de gente de nuestro agrado y riéndonos a carcajadas...

-2
... Viajado hasta la luna e incluso haberla traído con nosotros. No había nada que no fuéramos capaces de hacer... No había sitio oculto que no pudiéramos encontrar... No había persona que no consiguiera envidiarnos... Recuerda cariño, pase lo que pase...

-1
Me llamo Eric Grants. Tengo 89 años. Padezco una enfermedad mental que no tiene cura ni precedente. Solo salgo del estado de trance durante 12 horas al año. Es el momento en el que mi cerebro hace un reset para volver a encerrarlo todo de nuevo durante otros 364 días y 12 horas... Pero en ese periodo, puedo recordar cualquier momento de mi vida... Padezco esta enfermedad desde que tengo 50 años... Llevo 39 años en los que he tenido 468 horas para recordar... Pero el recuerdo siempre es el mismo... Tu y yo la noche que nos conocimos.

0
Los médicos dicen que antes de volver a entrar en trance, siempre me levanto, me acerco a la mujer que está sentada a mi lado, la beso y después me quedo parado hasta que ellos me acuestan... Lo curioso es que esa mujer hace lo mismo todos los años en sus últimos minutos de lucidez.



Imagen bajo licencia "CC. By Nc Sa" cortesía de Isdipo fotografía

sábado, 14 de septiembre de 2013

EJERCICIO DE ESCRITURA CREATIVA


Día diez del noveno mes del año 2011.

                Ayer me senté para realizar el primer ejercicio de escritura del manual “Taller de escritura creativa”. ¡Mi carrera como escritor iba a empezar ese día por fin! Busqué una superficie “sensual” como aconsejaban las primeras páginas de ese curso. Opté por una pluma y folios de papel reciclado, no por ecologismo si no porque su tono gris me pareció más cálido que el blanco satinado. Sentado frente a la hoja comencé por el título “Ejercicios de escritura creativa”. Lo subrayé y puse dos puntos. Como veis trato de ser metódico y ordenado.  Justo debajo daté el ejercicio de la forma más elegante y literaria que buenamente se me ocurrió. La primera propuesta era escribir cualquier cosa que imaginara. Sin embargo, mi cabeza se convirtió en un saco de cemento armado donde ninguna neurona pareció dar señales de vida. Y así fue como pasé los restantes cinco minutos: subrayando con esmero el subrayado y apilando con precisión milimétrica las hojas. Hasta que me levanté de la silla desanimado.

Hoy me siento más inspirado y dispuesto a escribir mi primera obra maestra. En la mesa se encuentran los folios reciclados, tal cual los dejé, pero detecto un problema. El trabajo de ayer se consumó con un encabezamiento, subrayado y, debajo, una fecha. Si bien eso me ahorró trabajo para hoy, también me ha originado un conflicto nada despreciable. Hoy es día once de septiembre, no día diez. Lo que pueda escribir debajo de esa fecha, se habrá escrito el día once cuando el encabezamiento marca el día diez y en el manual dejaban muy claro que teníamos que encabezar nuestros escritos con una fecha, para ver la evolución. Entonces lo escrito hoy parecería que lo fue ayer, y no es cierto. Me resultaría muy fácil, ciertamente, ocultar esta verdad al mundo. La simple omisión resolvería el problema pero sería mentira. Además, ¿qué fecha pondré mañana? En buena lógica tendría que escribir día once para que no se vea que incumplí mi promesa de comenzar el día diez. A nadie le importaría pero, a falta de alguna otra, tengo por virtud ser sincero, por lo menos, conmigo mismo. Además, eso sería una mentira aún más grave, puesto que tendría alevosía y premeditación. Y quién sabe qué podría pasar si mientras el mundo va por una fecha yo voy por otra ¡Podría llegar a creer que vivo en la fecha de mis escritos y pensar que veo el futuro! Calma, no puedo permitirme enloquecer el primer día que comienzo a escribir. Podría dejarlo —otras cosas nos ofrece el mundo— pero tendría remordimientos por el dinero gastado en el curso de escritura. También podría datar el folio de mañana con el día doce y mandar al olvido el día once de septiembre. ¿Pero cómo?, ¡Precisamente el día en el que escribo mis primeras líneas!

 Por supuesto, podría tachar el número diez y poner un once pero entonces ocurrirían dos cosas: 1. Sería estéticamente feo y 2. ¿Cómo diablos se entendería entonces lo que acabo de redactar?

En verdad que en la vida de un escritor aparecen obstáculos difíciles de explicar.

¡Adiós, ingrato!



Había oído hablar muchas veces de “el miedo a la hoja en blanco”. Lo había visto escenificado en diversas películas, la agobiante y muda parálisis de artistas o escritores en el inicio del proceso de creación, a punto de comenzar su obra. Sin embargo, la escena fílmica que más le aterraba era aquella de “El resplandor” en que la joven protagonista descubre que su cada vez más irascible marido ha estado tecleando, repetida y compulsivamente, la misma frase en todas las hojas del montón de folios que se suponía debía contener su próxima novela.

Afortunadamente, nunca había experimentado una situación parecida. Amaba las hojas en blanco, contemplaba los paquetes de folios de su estantería con gran alivio, sabía que estaban ahí, disciplinadamente empaquetados, esperando a que los llenara de palabras, rimas, frases, párrafos, puntos y comas, de historias que dotarían a cada uno de ellos de una personalidad única, todos iguales pero diferentes gracias a él.
El apego era mutuo, no sin cierto temor, pues los folios habían visto con sus propios ojos, cómo si el resultado no era el esperado, la ira de su protector los hacía trizas, acabando con muchos de ellos concienzudamente, rotos en pedacitos y tirados a la papelera; era muy meticuloso, rompía los folios uno por uno, los desgarraba, hasta convertirlos en minúsculos trozos de no más de uno o dos centímetros de diámetro, sin dejar entera una sola palabra.

Una tarde hubo mucho trajín en la casa, desde la estantería del despacho se oían los golpes sordos de pesados paquetes dejados caer, con mucho cuidado, sobre el parquet de la entrada. Los folios se morían por saber qué ocurría, pero el peso de unos con otros los paralizaba. Por suerte, uno de ellos había quedado enganchado, tan sólo por una esquina, en el rodillo de la máquina de escribir; todos lo animaron a hacer el esfuerzo de soltarse y ayudado por una ráfaga repentina de viento voló con gran ímpetu hacia el pasillo.

Desde mitad del corredor se veía perfectamente la entrada del piso, grandes cajas de cartón reposaban en el suelo y el escritor las iba abriendo con gran expectación. Al decidido folio no le hizo falta ver el contenido, las imágenes en el embalaje ya presagiaban su terrible destino y, sobre todo, el fatal desenlace que le esperaba a su querida amiga, la vieja máquina de escribir. Ayudado por otra fuerte ventolera volvió rápidamente al despacho alertando a los demás. Un terrible helor recorrió cada una de las diminutas partículas de su celulosa, después temblaron presos del pánico y, finalmente, una incontenible furia se apoderó de todos ellos. La vieja máquina de escribir soltó un quejido desgarrador, el rodillo dio unas vueltas frenéticas sobre sí mismo y la cinta se desenrolló casi por completo saliendo de sus ejes. Sintieron una pena infinita al contemplar el sufrimiento de su vieja amiga, “doña teclas” la llamaban, por ser gruñona y quejicosa, aunque ésta vez con toda la razón del mundo. Decidieron vengar a su anciana amiga, ella no se podía mover de su emplazamiento, era demasiado pesada, así que, haciendo un esfuerzo sobremanera, se fueron deslizando poco a poco, resbalando del paquete que los contenía, hasta caer desparramados por el suelo de la habitación. Una definitiva ráfaga de viento huracanado, presagio de una poderosa tormenta, los ayudó a escapar, salieron todos volando y abandonaron despechados, la casa donde tan servicialmente habían habitado hasta ahora.

Ajeno a la revolución originada, el escritor fue trasladando al despacho las cajas. Lo primero era hacer sitio en la mesa, agarró bruscamente a la vieja máquina de escribir para depositarla en el fondo de un armario. Emplazó en el lugar elegido el ordenador, la pantalla, el teclado, la impresora… Cuando hubo terminado, se distanció un paso de la mesa y con los brazos en jarras, contempló los nuevos artilugios con gran satisfacción disponiéndose a encenderlos, estaba impaciente por comenzar a escribir…

... Un tremendo estruendo, seguido de numerosos rayos y relámpagos, retumbó por toda la casa, las luces se apagaron y todo quedó a oscuras. Corrió a la cocina a por velas, debía enviar su relato a la editorial hoy mismo por medio del correo electrónico, se había entretenido demasiado en el centro comercial y el tiempo se le había echado encima, lo escribiría a máquina, como siempre, y lo enviaría por mensajería urgente, no tenía tiempo para esperar a que volviera la luz. Se acercó a la estantería alumbrándose con el pequeño fulgor de una llama, “¡no podía ser!, ¿dónde estaban sus folios?”, un escalofrío recorrió su columna vertebral de principio a fin, un helado sudor comenzó a gotear por sus sienes. Ruidosamente revolvió toda la habitación, casi a tientas, sin encontrar mas que paquetes vacíos. La desesperación se apoderó de él; giraba sobre sí mismo incrédulo, comenzando un baile diabólico, cuando… oyó un crujido bajo sus pies, se agachó esperanzado y a la luz de la vela pudo leer en una hoja escrito repetidamente, cubriendo hasta el borde mismo del folio, sin márgenes, ni derecho, ni izquierdo, ni superior, ni inferior: “Adiós, ingrato. Adiós, ingrato. Adiós, ingrato. Adiós, ingrato…”