viernes, 22 de noviembre de 2013

La inconsciencia



                                             
Nacho y Cristina formaban una pareja feliz. Ambos procedían de familias adineradas, vivían en una casa cómoda y grande, más que suficiente para albergar a su numerosa prole.
Aunque Nacho procedía del mundo del deporte, pronto empezó a despuntar como un avispado empresario gracias a la astucia de su profesor de economía. Juntos, fundaron una empresa  –sin ánimo de lucro- encargada de fomentar y ofrecer ayudas para los deportistas con bajos recursos. Cristina, aunque se hacía la remolona, pronto entró a formar parte de dicha sociedad.
La vida transcurría de forma dulce y placentera para todos. Tan solo existía una pequeña nube gris: Cristina era sonámbula. Nacho era el único conocedor de este trastorno, los niños vivían sin estar al corriente de las caminatas nocturnas de su amantísima madre. Un día, su marido casi se vuelve loco buscándola por toda la casa. Sus ocho habitaciones, con sus respectivos cuartos de baño, fueron inspeccionadas una por una. También el salón de cine, los dos despachos y el gimnasio. Una ventana abierta de par en par en pleno mes de enero, fue lo que le alertó para asomarse al exterior y ver a Cristina de pie en la cornisa, con su camisón trasparente de La Perla. Parecía encantada de que un grupo de jóvenes que andaban de botellón, la piropearan y le hicieran proposiciones muy pero que muy indecentes. Lejos de sentir miedo a las alturas, sonreía y guiñaba el ojo izquierdo a los chicos. En el intento de hacerla desistir de su exhibición, fue Nacho el que estuvo a punto de perder su vida.
Los niños crecían a la par que lo hacían los negocios familiares. Cristina no podía entender cómo entraba en la casa tal cantidad de dinero, teniendo en cuenta la finalidad de la fundación. Sin embargo, la alegría de ver a sus hijos crecer sanos y contentos borraba de su pensamiento cualquier duda.
Un día de tantos, Cris volvía a casa después de dejar en el colegio a sus hijos, cuando vio en la puerta de su casa a cuatro señores bien vestidos, incluso, dos de ellos, llevaban uniforme de la policía. Ella pensó que velaban por la seguridad de todos los vecinos del elegante barrio, pero uno de ellos, tomándola por el brazo, le dijo que se la tenían que llevar a la comisaría para hacerle algunas preguntas. Supuso que tendrían que ver con el seguro de la casa y de los innumerables cuadros de altísimo valor que, últimamente, Nacho colgaba en las paredes del enorme salón y que, según decía, correspondían a sendos obsequios de empresarios agradecidos.
Sin embargo, las preguntas que le hacían, aparte de incluir la procedencia de los cuadros, iban dirigidas a comprobar por qué su firma, aparecía en todos los documentos relacionados con la fundación y otras sociedades que desconocía y en las que… ¡figuraba como administradora única! No lo podía entender, ella nunca firmó ningún documento que la vinculara directamente, estaba segura.
Nacho acogió la noticia sin manifestar sorpresa alguna. Mientras meditaba sobre lo acontecido, recibió la llamada de su profesor, socio y amigo: “ Hola, Diego. Tranquilo, todo está ocurriendo como lo planeamos. Sí, sí, al doctor también le daremos algún pellizco. A ella tampoco la encarcelarán puesto que todo lo hizo de forma inconsciente, sonámbula, vamos. Nosotros no aparecemos por ningún lado. Se me ocurren verdaderas locuras para continuar aprovechando el trastorno de mi mujer…”*


*Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.



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