MEMORIAS: La residencia
Sucedió hace tantos años que me supone bastante esfuerzo recordar
el día exacto, pero creo que era sábado por la mañana - de no ser así estaríamos
en clase o en misa de ser domingo - hacia finales de verano ya que tampoco teníamos
partido de fútbol.
El Miranda, el Yuti y un
servidor. Menudo trío.
Tengo que decir que yo era el más
alto de los tres; claro que lo que tenía de más en centímetros también sobraba
en torpeza e ingenuidad. Miranda era el más bajito, pero también el más rápido,
el más listo, pícaro y bullanguero. A el Yuti había que darle de comer aparte.
Pelín gordito y con una levísima cojera, apenas perceptible. A pesar de ello
era bueno jugando a fútbol, gran amigo, buen cantante y con una malicia… como
nos gustaba hacer planes con él.
Aquella mañana decidimos ir a la casa
grande de la playa. Casi todo el verano sin acercarnos por allí era demasiado
tiempo, y cuando tienes trece años, una sola cosa en la cabeza y las manos casi
peladas (por culpa de esa sola cosa), dos meses se hacen eternos.
Para nosotros era un lugar
prácticamente de culto, fetichismo, voyeurismo y como se dice ahora: “con unos
subidones de adrenalina que te cagas “.
Fue una residencia de monjitas
(no se si todavía sigue en pie, hace casi cuarenta años que no vuelvo a aquel
vergel) donde vivían durante el periodo escolar las niñas que no eran del
pueblo o estaban sin hogar. Un harén que nosotros tres frecuentábamos tratando
de ligar y pervertir, a escondidas, a tanta flor… siempre sin éxito.
Aquella mañana no se veía a nadie
en el edificio ni en los jardines aledaños que tan bien conocíamos. Nos imaginábamos
mil películas mientras aguardábamos -ninguna buena -. No había movimiento
alguno y ya nos íbamos cundo el Yuti tuvo la genial idea de ir al huerto.
- Yo sin fruta no me voy de aquí
– dijo.
Los frutales estaban bastante
apartados de nuestra salida - un pequeño hueco en la alambrada disimulado por
un espeso seto- pero el riesgo siempre valía la pena. Llenamos nuestras
camisetas, vueltas por delante a modo de saco improvisado, y emprendimos el
camino de regreso.
¡Piii… piii… piii…!
Aquella monja hizo sonar su
silbato con todas sus fuerzas y pegamos un brinco como cabras asustadas bajando
el monte.
- ¡Ladrones, asesinos, que alguien llame a la policía! ¡ladrones! –
Gritó la monja.
Corrimos como posesos sembrando
el sendero de manzanas y peras, pero en dirección contraria a nuestra salida. Íbamos
derechos hacia el muro de piedra, de unos dos metros de altura, que tenía al
frente la finca.
No se como pero Miranda subió el
muro en un pis pas.
No es difícil – pensé. Pero al
enfrentarme a él con los gritos de la monja, y de el Yuti, detrás, se hacía
complicada la escalada. Lo logré, y cuando ya estaba sentado encima del muro
para saltarlo, veo a mi amigo tratando de llegar. La monja, pese al hábito, corría
como un galgo, y Yuti, avaricioso y goloso, con su camiseta inflada a más no
poder de su precioso cargamento, estaban casi a la par.
- ¡Espérame! ¡No te vayas!- me
gritó.
- Suelta la fruta, carajo – dije
yo.
- No -.
- Si -.
Llegó al muro. Soltó la carga y
trepó.
Llegó la monja. Con toda su
fuerza agarró su botín: la pierna de mi amigo.
- Tengo uno. Lo tengo – gritó a
pleno pulmón.
Yo tenía agarrado a Yuti por la
camiseta. El se agarraba al muro como podía, y la monja se agarraba a su
pierna. Los tres gritábamos histéricos. El Miranda estaba ya a kilómetros de la
escena.
- Eres mío – gritaba la del
habito.
- Y una mierda – le respondió.
De fondo ya se oían más voces y
silbatos. Mi amigo haciendo un último esfuerzo y un gran alarde como futbolista
que era, apoyo un pie en la acalorada cara de la mujer y de un brinco consiguió
subir. Caímos al otro lado, doloridos, y sin pronunciar palabra escapamos.
Fue la última vez, al menos por
mi parte, que nos acercamos ese lugar.
Memorias entrañables y divertidas a la vez! Qué recuerdos...
ResponderEliminarGracias, Amparo,esa es mi intención: el poder divertir y tratar de que nos riamos todos un poco.
EliminarA esas edades y en aquel tiempo, sin tantas distracciones como hoy, solo se te ocurrían barbaridades. Pero aunque al final te llevases algún disgusto, mientras te lo pasabas pipa, eso sí. Un abrazo, Foixos.
ResponderEliminarRafa, Estas son las barbaridades mas inocuas que se pueden contar. Me alegro que te haya gustado.
EliminarMuy divertido y bien contado, Foixos.
ResponderEliminarGracias, Lucrecia, nada como una risa para despejar las tensiones diarias que nos acosan.
EliminarMuy divertidas tus memorias!!
ResponderEliminarMalén, me alegra mucho que te hayas divertido con el cuento, de eso se trataba.
EliminarDivertidísimas tropelías¡ Muy ameno y como dice Lucrecia, muy bien contado. Abrazos.
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