viernes, 24 de agosto de 2012

36. (concurso) 8 DE SEPTIEMBRE



Había una vez una chica muy hermosa y muy asustada. Vivía sola, excepto por un gato sin nombre. Su apartamento estaba en la planta más alta de un bloque en el centro de la ciudad. Era un pequeño reino en el que ella se sentía tranquila, protegida de la gran urbe por sus cuatro paredes delgadas y blancas.

Por la mañana se levantaba al amanecer, daba de comer a su gato y salía a trabajar. Tomaba el autobús que la llevaba a un gran edificio de oficinas en las afueras, donde pasaba su jornada escribiendo las notas que otras tomaban. mediodía se compraba un bocadillo y un refresco en un kiosco, y se sentaba en un banco del parque cercano, siempre el mismo y siempre sola.

Era una joven bonita, con el largo pelo castaño liso y bien peinado, unos alegres ojos negros que chispeaban cuando se reía y unas piernas largas y bien torneadas, que le habían procurado muchos piropos cuando caminaba cerca de un grupo de obreros. Algunas veces un compañero nuevo intentaba acercarse a ella, entablar conversación, tal vez iniciar una relación. Pero nunca volvía, y ella se había acostumbrado a comer su bocadillo acomodada en su banco del parque.

Regresaba al trabajo junto con la multitud que formaban los oficinistas de la zona, todos entrando a la misma hora, pasando el resto del día haciendo el mismo trabajo, hasta la hora de salida. Fichaba y bajaba al metro, tomando el primer tren junto con decenas de ejecutivos que la miraban ocasionalmente, a veces con lujuria en los ojos.

Llegaba a casa y su rostro se iluminaba. Durante el verano llegaba a tiempo para ver hundirse al sol entre los tejados de la ciudad, mientras las luces de las torres se encendían, y con las miles de farolas convertían el suelo en un cielo de estrellas anaranjadas. El gato siempre la recibía en la puerta. Era un gato atigrado, de ojos verdes y pelaje espeso, que se enroscaba en su pierna, sin dejar de maullar y seguirla.

Ella llegaba, se desnudaba en su habitación y salía al balcón para ver el ocaso, con el gato en brazos. Mientras la luz se desvanecía ella se transformaba: su piel adquiría un pelaje negro brillante y sedoso, le crecían garras en manos y pies, sus orejas se alargaban, mientras su nariz retrocedía al tiempo que unos largos y fuertes bigotes le iban creciendo. Disminuía de tamaño, se encorvaba, le crecía una fuerte y grácil cola, que finalmente se liaba con la del gato, su amante y amigo...

La noche les pertenecía. Por los tejados y callejones de la ciudad se sentían libres. Vagaban sin rumbo, corriendo, cazando, jugando por los aleros con los rabos entrelazados… Hacían el amor en espacios impensables, se perseguían y buscaban sin descanso, hasta que las primeras notas de los jilgueros sonaban en la madrugada, y ella, desnuda, con su amor en los brazos, regresaba a esas cuatro paredes que la protegían de la mediocridad.

 

Huelquén

 

5 comentarios:

  1. Doble vida y la segunda muuuuy animal, imaginación no le falta.

    Suerte.

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  2. Síiiiiii, muy animal. La mujer gata. Suerte.

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  3. Original e imaginativo relato. Suerte.

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  4. Es precioso, yo quisiera ser esa gata enjaulada y poder ser libre en las noches para recorrer los tejados junto a mi amante.

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  5. La historia es preciosa y muy romántica, tremendamente romántica y cansada para ella que al día siguiente tenía que trabajar como si hubiera dormido plácidamente...

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