martes, 3 de julio de 2012

LA EXTENSIÓN DE MI MANO IZQUIERDA (Amores objetos II)

Habéis tomado mil formas, algunas diabólicas de verdad, pero a pesar de vuestro aspecto, de vuestra apariencia renovada, seguís siendo mis mejores aliados para plasmar negro sobre blanco todo aquello que somos capaz de imaginar.
     Con vosotros no sólo aprendí a escribir, también la tabla de multiplicar; más tarde a dibujar —o como decía un antiguo profesor: a expresarme con todo lujo de detalles—; con la serie H (del 2 al 8) para encajar, la serie HB para definir y la B (también del 2 al 8) para dar volumen y sombrear. El color lo trajo Alpino —seis, no hacían falta más— y Carioca, aunque nunca fui partidario de aquellos tampones empapados en tintas chinas y alcohol. Más tarde llegaron los alemanes, holandeses e ingleses con sus millares de colores y centenares de tonalidades, acuareables, de grafitos grasos (pasteles) y las quiméricas combinaciones imposibles que tanto agradaban a nuestro gusto juvenil, todavía ineducado e inadecuado, insolente la mayoría de las veces.
Luego llegaron los eternos años atroces y cambiamos la madera de cedro por artilugios de precisión casi quirúrgica, de minas de delgadez infinitesimal —verdaderos cabellos incombustibles por recargables, hasta que llegó él, el monstruo vestido de adonis, el implacable, el atroz... y acabasteis en una lata de comida precocinada reutilizada como “plumier” algunos; porque al resto os enterré en una caja metálica de galletas de mantequilla bretona (la caja, las galletas y la mantequilla). No fue justo, pero sí necesario.
     Os confesaré que todavía albergo la esperanza de acabar mis días con vosotros entre mis dedos, rodeado por ese aroma a viruta fresca que desprendéis cuando se os saca punta; o para volver a aprender la tabla del siete... si fuese necesario.

4 comentarios:

  1. Qué olor a madera y a grafito se desprende de tu relato/homenaje/ a toda una trayectoria de tus compañeros. En el cole aún los usamos, no han sido desplazados por las minas finas. Lápices y maquinetas, como llaman aquí a los sacapuntas, que "esconden en su maleta". La maleta es la mochila, no sé por qué ese desplazamiento nominal y esconder por amagar, está claro.

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  2. Lo que más me alegra es haber conseguido que te haya llegado ese olor. Gracias por tus comentarios.

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  3. ¡Genial, Eufrasio! Yo también he sentido ese olor a madera, en serio. Te confieso, además que era una gran dibujante, cuando iba al cole, que estuve a punto de matricularme en Bellas Artes (debí hacerlo) y que, ayer mismo, pensé en comprarme papel y abrir una caja de lápices de colores que me regalaron mis amigas (algunas del cole, aún)en mi último cumpleaños. ¡Y lo voy a hacer! A ver si terminamos ilustrando nosotros mismos nuestros libros. Un abrazo emocionado.

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  4. Hola Eufrasio. Me gusta este relato. Me gusta este paseo rápido por una historia personal que sorprendentemente (o, pensándolo bien, no tanto) también descubrí como la mía.
    Los personajes tenían nombres rusos, pero los cubría la misma olorosa piel de cedro que protegía los mísmos núcleos
    multicolores capaces de plasmar "aquello que somos capaces de imaginar".
    Gracias por recordármelo.

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