viernes, 27 de julio de 2012

20. (concurso) CAMPEON



Me llamo William de Goiz- Almez. Soy hijo de Kevin y Faida de Goiz- Almez. Con un mes de edad ya me auguraban un futuro brillante en el mundo de la competición: lo llevaba en los genes.

Falsa modestia aparte, es cierto que todavía hoy conservo un físico notable y una hermosa y suave mata de pelo capaz de hacer enfermar de envidia a la mismísima Anita Obregón. Recibí la más exquisita educación que el dinero pueda pagar, impartida por los mejores tutores privados del país.

Desde muy joven destaqué en certámenes y pasarelas de belleza, como era de esperar. Mis padres adoptivos, muy orgullosos de mis éxitos, tuvieron que comprarme una vitrina especial para los diplomas, trofeos y medallas que iba consiguiendo cada año. Uno por uno, los países de Europa iban cayendo a mis bien peinadas patas…

Y entonces, un día de verano lleno luz y atrayentes olores, llegó ella…

Cuando la vi por primera vez, no me pareció gran cosa: menuda y morena, con sus doce desarticulados años, toda codos y rodillas. Me acerqué a olerla, más que nada, por cortesía. Traía equipaje y deduje que venía a quedarse.

En lugar de decirme algo bonito y darme la caricia acostumbrada en estos casos, la niña soltó su maleta, se arrodilló a mi lado, me abrazó y apretó la cara contra mi cuello.

Me golpeó la ola de angustia que emanaba de ella. Me pareció increíble viniendo de un ser tan pequeño y delgado. Me liberé del abrazo para mirarla a la cara. Sus ojos eran enormes, negros y líquidos como dos pozos de agua de los que brotaba una profunda desesperación.

No sabía qué le pasaba a aquella muchacha, pero sentí su dolor como si fuera mío. Tenía que aliviarlo como fuera, era imposible aguantarlo por mucho tiempo…

No recuerdo bien qué pasó, pero sí el sabor salado de sus lágrimas en mi lengua y su piel, muy pálida y suave. También las voces de mis padres adoptivos, sus tíos, sollozos bajitos y quejidos inarticulados, puede que míos, puede que de mi niña.             

Pues en mi niña se convirtió desde el momento en que me sonrió con aquellos ojos llorosos, y mi niña será mientras me quede vida.

Soy William de Goiz- Almez, un Yorkshire Terrier  de raza y abolengo. Y había ganado, en mi juventud, más premios a la belleza que ningún otro perro de mi raza.

Pero los concursos, por mucho que me halagaban el ego, dejaban mi alma vacía. ¡Yo soy mucho más que un adorno!

Fui el único capaz de hacer sonreír a una niña cuyos padres murieron en el mar y, desde entonces, aunque hayan pasado años, soy el único al que cuenta todos sus secretos.

Por la mañana desayunamos juntos y me quedo esperando a que vuelva de clase. Compartimos las tardes, y de noche me subo a su cama, nuestra cama, para llenarle los sueños de mimos y sonrisas.



Dña. Dorita San Juan de la Peña

7 comentarios:

  1. Precioso, Dorita, mejor compañero que un humano!!

    ResponderEliminar
  2. Podría ser cierto este pensamiento. Ojala pudiéramos saber lo que sienten los animales que comparten nuestras vidas y ellos poder contarlo de forma tan bonita. Me gusta.

    ResponderEliminar
  3. ¡Qué bien, le has dado voz a su mejor amigo!

    ResponderEliminar
  4. A falta de leer aún unos cuantos relatos para el concurso, este me deja huella.

    Enhorabuena y suerte.

    ResponderEliminar
  5. Es muy tierno, y mi alma sensible con los animales casi hace que llore.

    ResponderEliminar