domingo, 27 de noviembre de 2011

La lluvia


  • Miren veía caer la lluvia. Hacía rato que había oscurecido y ella había abandonado los pinceles sin hacer ningún intento de encender la luz y continuar trabajando. Se le había ido la inspiración cuando llamó Rubén para decir que llevaba a Raquel al hospital. Al parecer el parto se había adelantado. Ella quería estar con su hija en el hospital, ayudarla, acompañarla… ¡hacer algo! Era consciente de que solo era un estorbo en estos casos, y lo había aceptado, pero ¿quién puede controlar los sentimientos?
    La lluvia seguía cayendo pausada, lentamente, como queriendo mimar el jardín. Sin embargo las gotas que se acumulaban en el desagüe del tejado caían gruesas, rebotando contra las que yacían en el cemento, creando ecos mojados que resonaban en su cabeza trayendo recuerdos amargos. Veinte años atrás también llovía. ¡Veinte años! Y el recuerdo de la lluvia de entonces seguía encendido en su memoria. Había discutido con Nicolás. El motivo era lo de menos, discutían a menudo en aquella época: él era demasiado protector y ella demasiado impulsiva. Después ya no discutieron más, solamente hablaban… o callaban. Si ahora él estuviese aquí ella podría estar con su hija, él la hubiera llevado al hospital. Pero desde que él había muerto, sus movimientos fuera de casa se habían limitado mucho, ya casi ni salía.
    Caían gruesas gotas sobre el parabrisas del coche impidiendo la visión. Los limpias no daban abasto. Las lágrimas tampoco ayudaban. Ella queriendo salirse con la suya y Nicolás no cedía, se había cerrado en banda. Entonces había salido huyendo de casa. ¡Por suerte no había llevado con ella a los niños! Cuando despertó en el hospital lo primero que pensó fue: “Esta vez la he hecho buena! Nico se va a enfadar muchísimo”. El no se enfadó. La abrazó fuertemente mientras daba las gracias a Dios por no haberla perdido a ella también. ¿También? En ese momento fue consciente de que había perdido a su bebé. Tal vez hubiera sido mejor haber muerto. Nicolás la miró serio cuando oyó ese murmullo. “¡No digas eso! ¿Qué haría yo sin ti, mi niña?” y continúo abrazándola fuerte mientras ella se desahogaba.
    “Oh, Nicolás, ¿qué hago yo sin ti? ¡Cuánto dolor te he causado! Nunca me reprochaste nada, pero yo sé que soy la culpable de tantos dolores callados que soportaste. Maté a nuestro bebé, tuvimos que cambiar de casa, te hiciste cargo de nuestros hijos y de mí sin una sola queja… Todo por mi cabezonería, por mi impaciencia… ¡Por mi culpa! No veas cómo me pesa esta culpa que llevo a cuestas desde entonces. Da igual que dijeran que no fue culpa mía, que había sido el otro… Estoy cansada de ser culpable. Es demasiado tarde para compensarte. Siempre es tarde para volver atrás e intentar remediarlo. Tú que me decías que no había culpables, que no eran necesarios. ¿Para qué sirve saber quién es el culpable? No resuelve nada. Y yo callaba para no imponerte más cargas”
    Miren no había perdido la vida, pero sí la movilidad. Y aunque había conseguido cierta autonomía, dependía de otros para llevar una vida “casi normal”. En este día de lluvia, en que su hija está en el hospital, recuerda el pasado, deseando estar con ella y transmitirle la fuerza que solo una madre puede dar. De repente, Maite, su nuera, entra en el estudio, enciende las luces y le acerca el teléfono que lleva en la mano. “Es Rubén”. Miren se lo acerca temblorosa a la oreja y escucha la voz exaltada.
    -Miren, tenemos unos niños preciosos. Raquel está bien. Cansada. Te manda besos. La están subiendo a la habitación. ¡Son perfectos! ¡Son preciosos! Mañana voy a buscarte para que vengas a conocerlos. ¿Me oyes? -Miren asiente, mientras dos lagrimones caen de sus ojos, sin darse cuenta de que él no la ve- Mañana. Ponte guapa que vas a conocer a tus nietos: Nicolás y Miren.
    -Sí hijo –contesta casi susurrando- Estaré preparada bien temprano. Ven cuando puedas. Dales un gran abrazo de su abuela y un beso a Raquel –dice ya riéndose.
    Cuelga el teléfono y se abraza a Maite, riendo y llorando a la vez. “Si no le he preguntado cuanto pesan ni cuanto miden, ni a quién se parecen…” dice con voz cantarina. “Mira si soy tonta”. Entonces dirige la mirada hacia la ventana y ve que la lluvia ha arreciado. Pero no le importa, por una vez la alegría puede más que la tristeza. “Oh, Nicolás, que pena que no estés para disfrutarlo. ¡Lo orgulloso que estarías de tu hija!

3 comentarios:

  1. Rosa, tu relato emociona y mucho. Transmites muy bien los sentimientos de Miren y el carácter de Nicolás. Y ese remordimiento por alguno de nuestros actos que muchos de nosotros arrastramos.
    ¡Ebhorabuena!

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  2. Me ha impresionado mucho. como dice Geli, trasmites los sentimientos de una manera muy real y tierna.

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  3. Estoy de acuerdo con las demás en lo referente a la forma de expresar los sentimientos de los personajes sin embargo, me he perdido un poco con los nombres de ellos y quizás por lo largo que es el texto. Buena historia

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