martes, 26 de julio de 2011

Tarde de estío: cuarto acto.

Extiendo la mano y simulo que le acaricio el hombro, el cuello, el seno y cuando llego al corazón la cierro para transformarla en un puño. Puedo notar su latir. Está acelerado. La emoción de la lectura debe ser intensa porque ha dejado el libro reposando sobre su regazo. Ya no tiene sentido tomarle el corazón porque parece como si estuviera arrugando las páginas del libro. Estoy nervioso, como siempre que quiero iniciar una conversación y no encuentro el momento de empezar a hablar. Tengo que decidirme o también pasará este tren.

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